jueves, mayo 13, 2010

Mirando a Través

Si el río es tan ancho
que puedo derivarme
pensando que tu rostro
estará en un bote
de rosas y fieles
con estrellas verdes.
Esperando sigilosamente
mi voz sobre tí,
sobre todo aquello
increíble y junto.
Mirando a través
de tus ojos de cristal,
claros y marrones,
mientras oyes todo
lo que conlleva mi vida.
Aunque no pueda subir,
el agua jamás me ha parecido
más calma y suave
cuando miro los horizontes
de tu gentil mirada.
Dimensiones arriesgadas
absorbiendo el tiempo
en su magnitud coloquial,
en su grandeza inmortal.
sábado, mayo 08, 2010

Instinto Animal


El Señor Mauricio nunca lo confesó, pero siempre se sintió como un animal. Un ser libre cuando estaba cerca de la naturaleza, parte de ella como una larga raíz. Le causaba una increíble fascinación todo lo relacionado con los árboles, el cambio del clima y los seres vivos que habitaban dentro y fuera del claustrofóbico pueblo.
Alguna vez cuando era más joven vivió en la ciudad. Pero el gris y el concreto lo mareaban todos los días. Se sentía tan fuera de su ambiente que optó por el delirio temporal. Poseía una gran lucha interior, a las mujeres de mayor edad, todas vulnerables siempre las quiso morder y picotearlas. Mientras que a las niñas que caminaban por la acera en la noche, siendo alumbradas por todas las luces de la gran ciudad, quería acompañarlas y cuidarlas. Paredes enteras de brillos deslumbrantes, infinitas cantidades de avisos adornaban los rascacielos infernales.
Fue ahí cuando decidió que por el bien de los habitantes, y de sí mismo, debía huir a un lugar más salvaje. Exageró un poco al querer vivir en una isla solitaria, donde el olor de pescado pútrido era lo único que lo acompaña. Estaba tan solo en aquella isla que sintió que lo encerraban las paredes invisibles de los largos acantilados. El eco formado por el fuerte viento lo dejó casi sordo, y el estallido de las olas le daba la lúcida imagen de bombas militares; cosa que inmediatamente relacionaba con la civilización y por ello odió desde entonces el mar y la arena de vidrios. Luego de saciarse de que su casa viviera llena de algas y cascarones como de gruesos arrecifes, optó por un clima más frío, de ahí se le ocurrió cerca del Everest. Sin embargo, la absurda baja temperatura sideral lo ahuyentó en tan sólo dos semanas. La nieve, aunque le causaba gran fascinación, no era tan gran cosa como para sufrir toda una vida, enterrándose bajo las criminales cantidades de nieve que caía diariamente.
El Amazonas quizás fue su localización favorita, intentó hacerse amigos de los monos y panteras. Las serpientes lo amenazaban cada noche y el ruido nocturno del temblor de las ranas no lo dejaba dormir tranquilo. La escasez de luz solar que llegaba a los pies de la selva lo enfermó aunque él no lo quisiera. Además, el aullido de los monstruosos tractores destruyendo el alma de la Amazonía, le quitó cualquier encanto al húmedo lugar.
Cansado de buscar, encontró un intermedio entre todo lo que quería, cantidades de árboles para abrazar y besar; estando lo suficiente lejos de las nubes de ceniza y hierro. Ahora, el lúgubre pueblo se enfrentaba a un diluvio universal desde Abril. Extrañaba la rara presencia de la Señora Reseca, mirando el suelo, abastecido de calor y sudor.
Lo que más le emocionaba de todo el pueblo era aquel grandioso árbol ancestral. Con sus laberintos de ramas, cubiertas por musgo. Las pequeñas aves de colores, como pinturas de los años veinte, lo enamoraban todos los días. Se encontraba tranquilo cuando salía a untarse del júbilo tronco de su Meca. Se moría de la rabia cada vez que los insolentes niños traían estragos a la pacifica tarde de contemplación. Al principio alcanzó a pensar que la fuerte lluvia los ahuyentaría, pero su instinto animal, aún no perfeccionado, le falló, ya que los niños salían a lavarse bajo la tormenta, mientras que los rayos alumbraban sus genuinos rostros. Hacía años que no llovía en el pueblo, y mucho menos con tal fuerza. La neblina y la pantalla de lágrimas de las nubes le daban un aspecto místico al árbol, un aura de belleza trascendental.
Si es verdad que cada encuentro con la naturaleza se le hacía único, también es verdad que todos sus intentos por tener mascotas eran fallidas. Bueno, nunca se atrevió enserio, pero la sola idea era tan absurda como su obsesión por ladrarle a las abuelas y estrangular de cariño a los gatos. Tan sólo lo intentó una vez, un hermoso canario rojo que revoloteaba por el cuarto libre de artículos humanos. Era tan especial el pobre canario que adoptó una personalidad. Al cabo de dos horas, el Señor Mauricio se lo tragó.