jueves, febrero 25, 2010

El Traslúcido Rostro

El traslúcido rostro
del corazón de arena
vuelto claro vidrio
sin vapor del agua.
Oculta en su fina
silueta las entrañas
más frias del desierto,
donde de noche se
oculta y chilla fuerte.
Suaves caen las gotas
del resplandor del amanecer,
acompañado por el alba dorada
difuminando el plateado
entorno de su existencia.
La escarcha enamora
la atmósfera arrimada
de los años verdes
y labios escarlatas.
El celeste de sus iris
reflejan el espasmo
del tiempo libre y ruidoso,
del llanto sonriente.
Ahogado en un mar de lilas
mientras la luna de estaño
le danza al niño pequeño
que en sus manos, de vinagre
y rosas plateadas, esconde.
Recuerdo de la conciencia
y el cuerdo perdido
halla en el fondo del alma
el momento sufrido
pero más que aquello
un sublime sentimiento
de risas y besos
de contornos suaves
con melcochas y mangos
bajo el colchón de algodón.
Aquel traslúcido corazón
con rostro de arena
sin vapor se encuentra
la vista de vidrio
en la que se expresa,
en su esencia y calma,
la belleza del vivir.
miércoles, febrero 17, 2010

Restos de Guerra

Su vestido, color escarlata, brillaba cada vez más, con gran intensidad. Sobre aquella piedra perfecta, de forma ovalada, un escenario para la bailarina, la pequeña bailarina. Sus pequeños y vírgenes labios extendiéndose sobre su suave rostro. El vestido de terciopelo se mecía de un lado a otro, con gracia y delicadeza. El escenario estaba listo, su audiencia la aclamaba para que hiciera su gran acto, los aplausos llovían fuertemente. Los nervios la succionaban, obligándola a esconderse detrás del telón de aire. Las olas del mar orquestaban el lugar, y su olor de frescura recorría la fina silueta de la bailarina. Todo se sentía tan seguro, sin importar lo que fallara su sonrisa permanecería, llena de felicidad. La pequeña, pero confiable, pista de baile poseía unos diminutos bultos en su superficie, mejorando el equilibrio al danzar, ya que la lluvia había humedecido la playa la noche anterior. Ya estaba lista, había practicado su rutina cientos de veces, cada paso es esencial, cada gesto de delicadeza es fundamental. El sol radiaba sobre su frente, llenándola de sudor, al igual a su audiencia de cangrejos y conchas rotas.
La playa, sucia y plateada, poseía grandes cantidades de objetos metálicos y añicos de buques; la tormenta había azotado intensamente unas cuantas frias noches anteriores. Una leve llovizna cayó sobre la bailarina mientras danzaba y recibía cumplidos de todos los seres marinos cercanos. Enamorada de sus emociones, ella seguía moviéndose como un disco sinfín; que siga danzando, no pares el tiempo, no detengas los pies. La mañana aún tenía una atmósfera sombría, siempre recordando a todos los cuerpos marchando hacia sus propias muertes, ingenuos defensores de la paz. Balas perdidas en el suspenso de la dulce playa, esta tierra muerta que ahora recobraba vida con cada zapateo. Bombas de venganza danzaban con ella, de un corazón ya vació, asesinado por su mente inocente. Sus pequeños pies bailaban al ritmo de tambores de guerra, explosiones e himnos de desesperación. Amelia gritaba de euforia, no podía parar, éxtasis en todo su cuerpo, ganas de volar, donde la verdad es mentira y el mundo está más cuerdo. Cada sonrisa aumentaba su ritmo, saltos de alegría realizaba sobre sus espectadores ermitaños.
Las olas explotaban sobre su escenario, como pólvora, dejando un suave rocío color plateado. Mandaba besos al aire, sonrisas al vació. Entonces reconoció a su madre corriendo hacia ella, con la boca abierta de gritos, parecía llena de energía, gritando frenética. Ella sabía que le había encantado el baile a su madre, mientras corría hacia ella. Con cada paso aumentaba la velocidad, no quería perderse el gran final. Amelia bailó más rápido y con un rostro más radiante cuando vio a su mamá corriendo como nunca hacia ella. La diminuta bailarina entonces reconoció la cara de angustia de su mamá, aterrorizada del inevitable porvenir. Entonces se escuchó un gran estruendo, un enorme sonido de destrucción proveniente justo del escenario de la bailarina del mar, acompañado por un temblor. Una lluvia de arena se elevó hacia los aires, una explosión, de dolor e ingenuidad, de ojos hacia atrás, de mirlos voladores, domando el cielo. Cuando terminó el acto algunos lanzaron rosas blancas, otros margaritas, hacia el pequeño cofre, de negro, de un beso, de un viejo, de un clero, con un par de zapatillas rosadas que nunca más se volvieron a mover.
viernes, febrero 05, 2010

Alas en Sombras

Sus alas con el tiempo de las décadas ahora andaban destartaladas y opacas. Antes, cuando volaban por los cielos, hasta un sinfin de tiempos surreales, se desvelaban horas dislumbrando el cielo con puntos plateados. También los rostros se tornan más oscuros con cada mirada desigual. La conformidad carece en el reino. Vieru ya había notado el cambio, ahora el paraiso era descuidado y sus alcobas de nubes se desmoronaban ante la vista ciega.
- Ya lo has notado? - pregunta Vieru desconcertado, fijando su mirado a los colosales rascacielos, mientras toca la punta de éstos.
- Qué quieres decir? - responde el ángel a su derecha.
- De cómo todo se destruye bajo nuestras alas. La gloria de éste lugar está tan corrupta y maldita como nuestras alas. - Dice Vieru con un tono frio, congelando la atmósfera de los dos.
- Pues, la verdad siempre lo trato de ignorar, se me hes más facil si tan sólo pienso que sigue siendo el paraíso que todos abajo añoran.
- No te duele vivir en la mentira de éste lugar hecho escombros? Ya ni nos ponen cuidado, vivimos tan rutinarios que la sociedad de los mortales se hace más variada y emocionante - Luego piensa, bate las alas por unos segundos y siente el aire bajo las plumas impermeables. Aún así no logra crearse ni un gesto de satisfacción ya que hasta la brisa carece de sentimiento.
- La soledad es dolorosa y la falta de fé también, sin embargo me obligo a pensar en lo mejor. - Responde el ángel mientras Vieru se mueve de un lado al otro, impaciente.
- Mis alas están desgastadas y manchadas, para serte honesto éste lugar está un asco. Hace años que me cansé de vivir aquí. - Los puntos moviendose en las bastas metropolis de concreto carecen de alma, pero pueden decidirse, viven. El anochecer se acercaba tan rápido como el latido del centro de la Tierra. Aquellos rayos reflejados en las estatuas de acero, mostraban lo bello del lugar, pero las pobres alas de los ángeles se mantenian cabizbajo y conteniendo la respiración; de vez en cuando uno se deja caer desde las nubes, para sentir su muerte nuevamente.
- Maldita sea, debí haber escogido ser Sombra.