sábado, enero 30, 2010

Adiós a Enero

Ya es el final de Enero,
y he decidido despedirme.
El principio del año eterno,
todo lo que se ha podido decirse.
Defender los principios,
conquistar las colinas,
cuando brotan los lirios
y se recorren las millas.
Es el mes de los reyes,
y he decidido despedirme,
dar un aplauso por lo que eres,
y otros cuantos por el cisne.
Empiezan a florecer los guayacanes,
sonrío por éste enero,
por aquellos vivientes en volcanes,
y saludo firme al bello Febrero!
domingo, enero 24, 2010

Mientras Llueve

En la dulce mañana sentí
por primera vez en el año
las gotas de la lluvia
sobre mi cuerpo
enfriando el instante
cautivando el recuerdo

recogiendo la sonrisa
de cada gota estallada
sobre las figuras
del siempre claro cielo.
Las nubes agradecen
al alma impertinente
que llora con sus gotas
que clama cada aire
que ama su estación.
Mira, querida, arriba
mientras está lloviendo
claro contra el vidrio,
ríe antes de que vuelva
la fogosa neblina

y el estallido del cartón.
lunes, enero 18, 2010

Around the World

Around the trees of the world
hide the biggest secrets
in their roots
the greatest mazes.

The light stream bursts into our eyes
shining brightly in the dark,
dark and clear blossom
of the instant, passing by our side.

The throat is never interrumped
with each scream of joy
of satisfaction of this world
of these seeks of the world.

The saphired sky
runs into the souls
waits for the second
of the treasures in the eye.

Around the lives of the world
races are run by soldiered souls
some more peacefuly
turn them into something beautiful.
sábado, enero 16, 2010

Canas Rojas


Lo siento por el tama;o de la letra, mi blog parece estar caprichoso...

La ventana al final del corredor miró al mirador de la montaña, no muy alta ni lejana, con un solo ojo de picardía. Las aves escondidas en aquel árbol fosforescentemente bello, vislumbrando el horizonte nubloso de mares perdidos. En aquella casa, de largas generaciones, lloraban las hormigas por culpa de la lluvia inocente. Unas cuantas esquinas accidentadas de cemento quebradizo eran los bordes de la avenida, por donde se acercaban sus fieles amos.

En la distancia el aire se sentía más suave y esponjoso sobre los finos rostros de la pareja, ya mayor, corriendo las largas fibras de pelo sedoso de su esposa. El carro color negro convertible de modelo reliquia se movía relativamente rápido con el apretón frecuente del zapato de Francisco. Sus canas, como las de Margaret, brillaban eternamente con los rayos del sol omnipotente, rigiendo sus reinos en lo alto del universo. Una sonrisa era la respuesta de su esposa, no necesitaba decir más, sabía que su alma andaba en quietud y no habría nada que pudiera evitar su claro amor. Él como caballero que siempre ha sido, la devolvió con una caricia en la mejilla.

Las millas disminuían velozmente, pero los dos viejos no podían evitarse, de vez en cuando Margaret lo miraba de reojo coqueto. Luego posaba su mirada sobre la montaña colosal. Las aves revoloteaban de vez en cuando en el cielo, su cielo. La trascendental casa se asomaba en el fondo de las roturas del barro por donde el carro se desplazaba. La puerta desdichada por el abandono poco frecuente sollozaba de a poco bajo el regazo del muro marrón de la pared. Mientras los arbustos posaban ante el flash de la cámara proveniente del ojo del sol, las cortinas dibujaban al par de viejos enamorados más atrás del gran árbol. Sus hojas recobraban sus pixeles al pasar de las dos cabezas plateadas sonriendo de la vida más allá del sueño.

La tranquilidad que transmitía los ojos verdosos del cuerpo de vestido violeta era más allá de sublime, por otro lado, los azules bajo el sombrero negro de Francisco poseían confianza. El abismo donde habían construido la casa, hace ya once generaciones, parecía menos peligroso con la estadía de Francisco y Margaret. Los Buendía, de apellido sonoro, podrían estar celosos de ellos en su vista lejana y exiliada de la civilización. Al detener el carro, los labios rojos se movieron nuevamente junto a su perfecto maquillaje, abrió la puerta suavemente y estiró sus finas, aunque ahora arrugadas, piernas. Francisco sólo volvió a sonreír, sacó el llavero de toda la vida y se dejó consumir por la puerta de su eterno hogar de sueños, con su amada a su lado.

El carro negro, se encontraba en la ciudad destrozado, con un par de canas manchadas de rojo.

lunes, enero 04, 2010

En Cuanto a las Viejas Luciérnagas


Quizás parezca un poco largo, pero si han de empezar, terminen.

Gracias por Leerme.


Después de un tiempo me di cuenta de que no había forma de salvarla. Sus ojos ya estaban hinchados y hundidos, dándole un aspecto deforme. El doctor ya ha venido a visitarla cientos de veces. También le ha mandado docenas de medicinas, todas fracasan, estoy empezando a pensar que son agua con colorante amarillo o azul eléctrico. Cada vez que la veo me es imposible no imaginarla en un cofre de madera, cuya superficie tendría un par de imágenes religiosas a los lados, como a su madre le hubiera gustado. En cuanto a por qué ella quería un cofre para su hija, me parece torcida la idea. Sus cachetes blancos, supongo que los bañarán en rubor para darles un aspecto alegre y vivo. Unos labios pálidos y fríos como hielo, como piedras, con suaves superficies. Los gemidos mudos en la oscuridad, entre enceguecidas tinieblas, y de vez en cuando, gritos sordos. Presentimientos, pensamientos, todos agobiados y descarrilados en carreteras de un fin porvenir. En cuanto al dolor, pasivo e intenso, muerte lenta, madera vieja. Quien sufre más, quien duerme o el que mira en silencio, con miedo a enfrentar la realidad. Las luciérnagas brillan, luz impertinente e indeseable, aunque pecadora. Pequeños puntos de luz voladores en las viejas ventanas, por qué no serán helados me pregunto de vez en cuando. De nuevo te miro, con un miedo agobiante, consumidor, agridulce. Con un rostro viejo y destartalado me encuentro, perdido y sin mapa en el mundo, vagando, tomando los caminos incorrectos, directo a donde todo se apaga. Me acerqué un poco más, piel erizada y descontrolada, un beso, sutil. Aquellas diminutas bolas de luz seguían dirigiéndose hacia ella, mágico lugar, de sueños perdidos. Todo lo que veo son rostros sin expresión, simples, planos, ninguna emoción, mirando, vigilando con clara intensidad, espías de la muerte, testigos del amor. No hay apoyo, ético ni moral, religioso ni celestial. Otra vez te escucho, insomnio cada noche, todo en silencio, cuando el miedo siente vértigo y la luna intimidada, de estar tan sola, sin pareja, egoísta. Con gran vigor aumenta cada sonido de dolor, ya como un sonámbulo me dirijo al pequeño cuarto, el de los enfermos, el de los muertos. Siguen brillando, su rostro iluminado no parece tan indiferente, parece envuelta en vida, resplandeciente, una indiscreta sonrisa se forma en ella, feliz la miro. Cojo el pañuelo de la envejecida mesa, lo pongo delicadamente sobre la sonrisa, tapándola, sintiéndome culpable.

Hace unos meses te vi corriendo en medio del bosque, cogidos de la mano, sonriendo, felices, radiantes. Otro beso, otra caricia, futuramente perdida, en vano. Cuando tenías labios de colores intensos y bailabas con gracia. Momentos almacenados en la memoria, esperando que no contengan enfermedades. Eras de las personas que miran hacia abajo cuando hay presión, igual que como coges las manijas por debajo y te sientas con los brazos cruzados; todos lo saben, tan obvio, a la vez tan impredecible, como armar un rompecabezas con las fichas incompletas. Colores de primavera, olores de invierno, rostros de tiempos paralelos, momentos encarcelados sin llave, aprisionados. Me encontraste, me salvaste de la caída hacia los acantilados, saltos y remordimientos, gritos y pesadillas, ahora coherentes. Cómo dejarte aquí sola e insegura, en cáscaras de huevos, en vidrio peregrino. Tanto que dar, sólo yo para recibirlo, el resto se desgasta y desvanece con el aire; diferente al polvo, que vuelve a caer, éste se va sin reaparecer, supongo que al mago se le olvidó el truco. Ahora veo que todo es igual, la noche con el día, solo las circunstancias cambian, pero aquí, donde nada es perpendicular a las cosas, no existen, nada existe. Los momentos se dan por el destino, como en el metro donde te sentaste, cerca de mi, donde pusiste tu numero, dígitos, eso es relevante, qué son los sueños, todos defectos de la realidad. El dolor continuo en tu antigua cara, no ha de esperar la noche en que paren de brillar alrededor tuyo. Investigué que comen, todas las noches llevo unos bultos de arroz cocido, no puedo dejar que dejen de iluminar. Como espíritus se ven alrededor del cuerpo de piedra que posee la cama. Luego bajo a leer el periódico de el mes pasado, tantas veces lo he tenido que leer, los libros, donde se hospedan las termitas, hoteles, comunidades enteras, me acompañan. Familias completas, caminando en el papel, la devoran; después continuaran por acabar la casa, toda de madera, cuando se derrumbe, espero estar adentro para acompañarla, por eso las motivo, además no molestan y pagan renta. Un fuerte sonido, proveniente de aquel pequeño cuarto luminoso. Corrí lo más rápido que pude, era hora. La puerta estaba cerrada, dónde podría haber dejado las llaves, quizás las termitas la robaron, esas infelices. Con toda mi fuerza golpeé la puerta, por fortuna ya estaba vieja y se derrumbó rápidamente, en cuanto entré todo se encontraba fuera de foco. Ningún bombillo volador estaba ahí, todas las luciérnagas en el suelo, frías como rocas, a oscuras en tinieblas. Lagrimas empezaron a escurrirse por mis cachetes, todo se apagó en medio del suspenso, apagón nuclear, la luna huyó, y las luciérnagas se fundieron, con su corazón.