jueves, octubre 08, 2009

El Último Suspiro

Las luces de la ciudad brillaban con gran intensidad, de diferentes tipos de tonos y colores eran reflejados en mis cansados ojos llenos de insomnio. El ligero soplo de aire que susurraba en mi oído, creando varios escalofríos, los cuales se multiplicaban cada vez más y se extendían por mi piel, por mis delgadas venas; sentía como se tensionaba cada músculo de mi cuerpo. Mi torso rígido se inclinaba al borde de la baranda, suave y cuidadosamente, sintiendo miedo, como veneno que recurría todo mi cuerpo, mientras se me erizaba la piel como un golpe de adrenalina. Un sentimiento de desgracia y decepción era mi único acompañante en mis últimos suspiros. Decidí volver a inclinarme; solo para retarme a mi mismo, repitiendo este movimiento una y otra vez. Aun sentía la presencia espectral de un ser el cual desconocía detrás mío. Entonces volteé mi rostro para observar quien se ocultaba, pero para mi alivio no se encontraba nadie, solo se encontraba la oscuridad. El sol se apagaba mientras era absorbido por las montañas como un remolino, el cual parecía succionarlo velozmente, mi último atardecer me dije a mi mismo con una voz amargada.

Deslicé ligeramente mis pies descalzos por la delgada baranda que definía mi último suspiro, el temor del arrepentimiento me perseguía, espantándome. Intentaba no recordar sus suaves labios rozando mis mejillas, inevitable. Pero aun así quería olvidarla, como la detestaba. La súbita imagen de los amantes recurrió mi mente perturbada, acariciándose; sentía el ardor en mi pecho con solo imaginarlo. La oscuridad me proclamaba, me pedía que la siguiese, acompañada por la noche. Podía recordar cuando viajaba las luces de la ciudad en el cielo a kilómetros de distancia, saludando a los cansados viajeros hacia sus hambrientos brazos, lista para devorarlos vivos. Estas luces ahora reflejadas en mi rostro aun más intensamente, los susurros del viento continuaban sin concluir en mi helado oído, el cual solo sentía los sonidos de las acaricias de los amantes.

Entonces sentí un impulso de adrenalina, preparado me asome hasta la mas minúscula orilla, sin aviso sentí una aguda sacudida, mi cuerpo débil del dolor temblaba ante la situación. Volteé el torso nuevamente para ratificar que no hubiera nadie observándome, mis ojos humedecidos se detuvieron al observar una mancha de color negro en el suelo, una especie de sombra, pero no se movía, paralizado me detuve y espere que solo fuera una clase de imagen creada por mi cerebro engañado. Sin moverse, simplemente la ignore, además no tenia la silueta de una mujer, desinteresado me volteé y miré al vacío.La temida calle era recorrida por toda clase de personas, mujeres con bolsas, las cuales parecían ser de arroz, blusas de todos los colores y tamaños, verduras, vistiendo vestidos cortos y largos, de colores rojos, verdes, amarillos, morados, rosados, negros, blancos, otras con camisetas rasgadas y sucias de polvo, hombres sudados, podía oler desde arriba ese desagradable hedor que estos emitían. Los odiaba a todos, hasta a los niños y niñas que pasaban corriendo hacia sus casas para comer, temiendo de encontrarse a algún asesino en los rincones oscuros, todos tenían algo similar, todos con una cara atontada de simpatía y negatividad que expresaba esta triste ciudad. Pero a quien más odiaba era a mi mismo, más que a esa despreciable mujerzuela de labios rojos y mejillas coloridas. Sabia que era el momento, sentía que me empujaban por detrás, pero nadie andaba abajo para rescatarme.

Me incliné por última vez esperando verla, a su cuerpo inerte en el suelo ensangrentado, no la encontré. Y miré y seguí mirando en la lejanía y no te vi, ni tus brillantes par de zafiros, nada. En ése momento me pregunte que será el último pensamiento de las personas, será un beso robado, un regalo, una caricia, un viaje, un paisaje. Sin mas que temer me deslice hacia delante para averiguar cual seria el mío. Todo en suspenso y en silencio, mi corazón corría como en una carrera, gire mi rostro hacia la esquina fantasmagórica, ahí fue cuando diferencié a un hombre en el rincón vigilándome. Mi rostro lleno de serenidad causado por el roce de aire sobre mis ojos, labios, mejillas, nariz y oídos. Pero aún al momento en que faltaban milésimas para caer al suelo distinguí a ese misterioso hombre que me estaba observando, curioso, sin habla, me miraba fijamente, inmóvil, sin siquiera intentar evitar mis acciones. Sin darme cuenta, había observado mi propia muerte desde un rincón aislado del mundo, desolado, sombrío, oscuro e infeliz. Pero aún más importante sin querer detenerla.

3 comentarios:

Memories of.. dijo...

Que buen escrito!
Me dejo con suspenso durante toda la historia, en cuanto a este final, me parece asombroso e inesperado.
Gracias.
Siga asi.

Pasare de vez en cuando a mirar el blog.

Daniel Pérez Penagos dijo...

Me alegra que le guste,
Y espero seguir teniendo tan gratas visitas.
Gracias por leerme.
Y el nombre?
:)

Raúl dijo...

El relato, ciertamente, te ha quedado bastante redondo. Un acierto, Daniel.

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