martes, noviembre 03, 2009

Un Alma Perfecta /1

Primer escrito. Primer principio. Primer primer.
Primera entrega.
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Un pequeño rayo de luz muy tenue llegaba al asiento oscuro, enfrente de una tienda de bebidas donde estaba Maria García sentada en las calles de Bucaramanga. Maria era una mujer muy trabajadora aunque el mejor trabajo que logró conseguir era ser vendedora ambulante de unos panecillos muy desnutridos de sabor, el resto de trabajos que le ofrecían eran enfocados en drogas, ella sabia las consecuencias que podría traer esa clase de oficios.
Maria estaba sentada descansando de una fuerte mañana de pie y siempre repitiendo lo mismo por todos los pasillos, tenía la mirada enfocada a un hombre de unos sesenta y cuatro años. El hombre parecía estar buscando algo que le hacia mucha falta, algo que había perdido. Así que ella decidió acercarse y preguntarle. Cuando Maria llegó, vio el rostro de aquel hombre parecía trasnochado, esquelético, traumatizado. La cara parecía como la de un niño después de haber visto una película de terror, sin poder dormir durante días, despertándose por las noches con pesadillas de aquella película.
-¿Esta bien señor? – Pregunta, esperando que el hombre no fuera a responderle bruscamente, pero para su alivio el hombre no dio algún movimiento brusco. De hecho, no hizo ningún movimiento nuevo, sólo miraba al piso buscando algo, caminando muy despacio para no saltarse ningún rincón, entonces ella continuo – ¿Le puedo ayudar en algo, esta buscando algo señor? – Pero el hombre la siguió ignorando, aunque ella no paro de seguirlo porque sabía que podía ayudarle en algo. El hombre con unas canas en el pelo y varias arrugas en los cachetes se detuvo, puso su mirada en Maria.
- A usted que le importa lo que yo haga jovencita, un viejo como yo ya no le importa al mundo. Cuando muera nadie se acordara de mi, ni siquiera Dios.
- No diga eso señor, claro que la gente se acordara de usted – El hombre no le deja terminar de hablar y dice en un tono enojado.
- Quien se acordara de mi jovencita, no tengo hijos ni familiares y mi esposa huyó de mí hace veinte años y vivo en las calles, solo con una cobija que encontré en la basura hace un tiempo. Quien se acordara de mí cuando muera, ¡quien jovencita, quien! – El tono de voz del hombre aumentaba por cada palabra que decía.
- Yo señor.
- No soy tan tonto como usted cree, puede que no hubiera ido a la escuela cuando niño ni he tenido un trabajo decente y que haya tenido que dormir en las calles forrándome con la luna, pero idiota no soy.
- Señor yo no creo que usted sea idiota.
- Entonces por qué dice eso, ¿engañándose a si misma?
- No señor, le digo la verdad yo vivo como usted.
- ¿Vivir como yo?
- Sí señor.
-Usted no tiene ni idea cómo es vivir como yo, tener que comer desperdicios todos los días, la basura que otros botan para mí es lo que me mantiene vivo. Ser despreciado por la comunidad, no ser amado. Vivir en eterna soledad sin nadie al lado, que por las noches vengan otros a quitarle las monedas que uno reúne mendigando de vez en cuando por las calles después de haberle pegado en la cara. ¿Usted ha vivido ésto señorita? Alguna vez ha sentido ese sufrimiento constante de saber que no le interesa a nadie, ha sentido ese dolor que le parte el corazón y que el único consuelo es desear morir. Pero después pienso que debo continuar, que mi vida no debe acabar todavía.
- No señor – Dice Maria pensando en todo lo que le dijo el hombre, ella sintió el dolor y sufrimiento que el hombre ha pasado en su vida, esas noches largas que uno no deja de pensar en algo que lo angustia, como la muerte.
- Ah bueno, así que aquí no me venga a decir que usted ha sentido lo que yo he estado pasando toda mi vida, por que usted no tiene ni idea de lo que se siente, el verdadero dolor. – Entonces una lágrima se desliza por el rostro polvoriento y maloliente del hombre hasta que llega a la quijada y cae al suelo. Fue como si la vida de el se hubiera transmitido por esa lagrima ahí se veía el dolor y odio que le tenia al resto de personas que solo lo despreciaban. Entonces Maria se le acerca para consolarlo.
- Tranquilo señor, no se preocupe todo estará bien – Deciden sentarse en la banca donde Maria estaba antes para relajarse. – Y por cierto, ¿con quien tengo el gusto de hablar?
- Carlos – Contesta el hombre con una voz sombría y confusa, como si no hubiera dicho esa palabra hace un buen tiempo por que a nadie le había interesado preguntarle. Entonces sonrió.

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