Quizás parezca un poco largo, pero si han de empezar, terminen.
Gracias por Leerme.
Después de un tiempo me di cuenta de que no había forma de salvarla. Sus ojos ya estaban hinchados y hundidos, dándole un aspecto deforme. El doctor ya ha venido a visitarla cientos de veces. También le ha mandado docenas de medicinas, todas fracasan, estoy empezando a pensar que son agua con colorante amarillo o azul eléctrico. Cada vez que la veo me es imposible no imaginarla en un cofre de madera, cuya superficie tendría un par de imágenes religiosas a los lados, como a su madre le hubiera gustado. En cuanto a por qué ella quería un cofre para su hija, me parece torcida la idea. Sus cachetes blancos, supongo que los bañarán en rubor para darles un aspecto alegre y vivo. Unos labios pálidos y fríos como hielo, como piedras, con suaves superficies. Los gemidos mudos en la oscuridad, entre enceguecidas tinieblas, y de vez en cuando, gritos sordos. Presentimientos, pensamientos, todos agobiados y descarrilados en carreteras de un fin porvenir. En cuanto al dolor, pasivo e intenso, muerte lenta, madera vieja. Quien sufre más, quien duerme o el que mira en silencio, con miedo a enfrentar la realidad. Las luciérnagas brillan, luz impertinente e indeseable, aunque pecadora. Pequeños puntos de luz voladores en las viejas ventanas, por qué no serán helados me pregunto de vez en cuando. De nuevo te miro, con un miedo agobiante, consumidor, agridulce. Con un rostro viejo y destartalado me encuentro, perdido y sin mapa en el mundo, vagando, tomando los caminos incorrectos, directo a donde todo se apaga. Me acerqué un poco más, piel erizada y descontrolada, un beso, sutil. Aquellas diminutas bolas de luz seguían dirigiéndose hacia ella, mágico lugar, de sueños perdidos. Todo lo que veo son rostros sin expresión, simples, planos, ninguna emoción, mirando, vigilando con clara intensidad, espías de la muerte, testigos del amor. No hay apoyo, ético ni moral, religioso ni celestial. Otra vez te escucho, insomnio cada noche, todo en silencio, cuando el miedo siente vértigo y la luna intimidada, de estar tan sola, sin pareja, egoísta. Con gran vigor aumenta cada sonido de dolor, ya como un sonámbulo me dirijo al pequeño cuarto, el de los enfermos, el de los muertos. Siguen brillando, su rostro iluminado no parece tan indiferente, parece envuelta en vida, resplandeciente, una indiscreta sonrisa se forma en ella, feliz la miro. Cojo el pañuelo de la envejecida mesa, lo pongo delicadamente sobre la sonrisa, tapándola, sintiéndome culpable.
Hace unos meses te vi corriendo en medio del bosque, cogidos de la mano, sonriendo, felices, radiantes. Otro beso, otra caricia, futuramente perdida, en vano. Cuando tenías labios de colores intensos y bailabas con gracia. Momentos almacenados en la memoria, esperando que no contengan enfermedades. Eras de las personas que miran hacia abajo cuando hay presión, igual que como coges las manijas por debajo y te sientas con los brazos cruzados; todos lo saben, tan obvio, a la vez tan impredecible, como armar un rompecabezas con las fichas incompletas. Colores de primavera, olores de invierno, rostros de tiempos paralelos, momentos encarcelados sin llave, aprisionados. Me encontraste, me salvaste de la caída hacia los acantilados, saltos y remordimientos, gritos y pesadillas, ahora coherentes. Cómo dejarte aquí sola e insegura, en cáscaras de huevos, en vidrio peregrino. Tanto que dar, sólo yo para recibirlo, el resto se desgasta y desvanece con el aire; diferente al polvo, que vuelve a caer, éste se va sin reaparecer, supongo que al mago se le olvidó el truco. Ahora veo que todo es igual, la noche con el día, solo las circunstancias cambian, pero aquí, donde nada es perpendicular a las cosas, no existen, nada existe. Los momentos se dan por el destino, como en el metro donde te sentaste, cerca de mi, donde pusiste tu numero, dígitos, eso es relevante, qué son los sueños, todos defectos de la realidad. El dolor continuo en tu antigua cara, no ha de esperar la noche en que paren de brillar alrededor tuyo. Investigué que comen, todas las noches llevo unos bultos de arroz cocido, no puedo dejar que dejen de iluminar. Como espíritus se ven alrededor del cuerpo de piedra que posee la cama. Luego bajo a leer el periódico de el mes pasado, tantas veces lo he tenido que leer, los libros, donde se hospedan las termitas, hoteles, comunidades enteras, me acompañan. Familias completas, caminando en el papel, la devoran; después continuaran por acabar la casa, toda de madera, cuando se derrumbe, espero estar adentro para acompañarla, por eso las motivo, además no molestan y pagan renta. Un fuerte sonido, proveniente de aquel pequeño cuarto luminoso. Corrí lo más rápido que pude, era hora. La puerta estaba cerrada, dónde podría haber dejado las llaves, quizás las termitas la robaron, esas infelices. Con toda mi fuerza golpeé la puerta, por fortuna ya estaba vieja y se derrumbó rápidamente, en cuanto entré todo se encontraba fuera de foco. Ningún bombillo volador estaba ahí, todas las luciérnagas en el suelo, frías como rocas, a oscuras en tinieblas. Lagrimas empezaron a escurrirse por mis cachetes, todo se apagó en medio del suspenso, apagón nuclear, la luna huyó, y las luciérnagas se fundieron, con su corazón.